"Llegas a un lugar que no conoces, pero se te hace muy familiar. Muchos creen que es un truco de la mente, pero la verdad es más sorprendente." Con estas palabras el director americano Tony Scott armó el trailer de la película Déjà Vu .
Déjà vu es, en francés, "ya visto". La ciencia la define como la experiencia de sentir, con precisión y detalle, que ya se ha sido testigo o que se ha experimentado previamente una situación que es totalmente nueva. El término fue acuñado por un investigador psíquico francés, Emile Boirac, que vivió entre 1851 y 1917.
Al repasar las noticias que hoy nos llegan de Europa, siento que lo que se está viviendo allá es una película que ya vimos acá. Un potente d éjà vu. La gente está enojada. Muy enojada. Hay bronca, hastío, decepción, miedo. Todos protestan, gritan. Se convocan para potenciar el volumen de su voz. Marchan, paran, insultan, pintan las paredes, corren, lloran.
Los griegos se enfrentan a los golpes en la calle. Hoy habita, en la tierra de lo que fuera la cuna de la cultura occidental, una sociedad devastada. Si bien hace siglos que Grecia había perdido su status de potencia, el valor simbólico de su caída es muy fuerte. Es como si alguien diera martillazos a una obra de arte porque el tasador de turno le hubiera dicho que, para los parámetros actuales, no tiene ningún valor. No se puede despreciar de ese modo la tradición y la historia. ¿Sobre qué pilares se asentará lo nuevo que se vaya a construir? ¿Sobre qué valores Occidente forjará una nueva cultura si, ante la dificultad, no tuvo miramientos en arrojar a los leones a la madre de todas sus culturas?
España es un polvorín. En apenas dos años el desempleo pasó del 5% al 20%. Traducido a vida cotidiana: de un millón de personas a más de 4 millones, o lo que es peor, el fantasma del desempleo instalado en la vida de 4 de cada 10 familias. En los jóvenes, la tasa es del 35%. Pura frustración. ¿Dónde quedó el sueño de la España potencia? Ya se prevé, además, que esta situación no mejorará ni durante este año, ni en el próximo. Los italianos, los portugueses, los británicos, y hasta los alemanes, están aplicando fuertes planes de ajuste. El "gran tijeretazo", como lo bautizaron los españoles. La gente marcha y protesta. Veinte mil personas en Berlín y cien mil en Roma el 12 de junio.
El plan de ayuda propuesto por el FMI, y avalado por las potencias de Europa, para salvar a Grecia considera que el PBI caiga un 4% en 2010 y un 2.6% en 2011, para recién volver a crecer un módico 1.1% en 2012. Y que algo muy similar suceda con el consumo interno. Además, pronostica que los intereses pagados pasen de un 5% del producto en 2009, a un 7.5% en 2012. Por ende, la relación de deuda sobre el PBI, no sólo no se reducirá, sino que por el contrario, crecerá, pasando del ya complicadísimo 115% del producto en 2009 al 149% en 2012. Y eso no es lo peor, ni lo más preocupante. Se prevé también, como si las estadísticas fueran meros números y no personas de carne y hueso, que el desempleo pase del 9.4% en 2009 al 14.8% en 2012. ¿Es esto un plan de ayuda o un salvavidas de plomo? ¿Es viable?
¿Cuánto puede tolerar una sociedad a la que se la vapulea, tildándola de apañar a un conjunto de vagos y despilfarradores, y a la que se le dice que no sólo la está pasando mal, sino que, además, y gracias a la gran "ayuda" que le darán, la pasará mucho peor durante los próximos 1400 días?
En un video que ya circula por YouTube, el eurodiputado franco/alemán Daniel Cohn-Bendit, quien fuera elegido en 1994 y representa al ecologista Partido Verde Europeo, supo captar la atención de sus colegas y de los internautas con palabras tan vehementes como incisivas y "políticamente incorrectas". Dijo, en la sesión del 5 de mayo pasado en el Parlamento Europeo: "Es evidente que en estos últimos cuatro meses nos hemos equivocado. Lo que le hemos estado pidiendo al gobierno de Papandreou es algo casi imposible de lograr. Yo les pido a los presidentes de los gobiernos que piensen si ellos mismos son capaces de hacer en sus países reformas como las que le estamos pidiendo a Grecia en apenas tres meses. ¡Están siendo ustedes totalmente irracionales!"
Cuando cayó la Argentina, la "voz universal", que operaba como vocero del consciente colectivo global, decía: "El Estado no debía intervenir. Había que dejar que los mercados se autorregulasen. Que cayera lo que tuviera que caer. Y si era todo un país, con sus 36 millones de habitantes adentro, que así fuera. Sería un buen escarmiento por haber hecho las cosas mal. Y una gran demostración para todos los demás países del costo de no seguir al pie de la letra las reglas establecidas. Al fin y al cabo, apenas un daño colateral para el sistema".
Ese mismo Estado que, supuestamente no debía intervenir en la economía, ha inyectado prácticamente 1 billón de dólares en los Estados Unidos para que su economía pueda volver a crecer este año cerca del 3% y se haya frenado el crecimiento del desempleo -hoy estabilizado alrededor del 10%-. Una cifra similar es lo que los europeos han puesto sobre la mesa para "blindar" un euro que, ni aún así, se sabe si resistirá. No es que haya regresado el estatismo, pero sí ha caído la lógica neoliberal más extrema. Se está buscando un nuevo punto de equilibrio entre "Estado" y "mercado".
Con mayor o menor sofisticación, los argentinos comienzan a ver esto. Al experimentar este déjà vu , lo que sentimos es que, al fin y al cabo, no resultamos ser tan incapaces como nos dijeron. Simplemente, como buen mercado de prueba, pudimos comprobar antes los resultados del "modelo". Vemos que ya no somos los mismos. Que tenemos marcadas las cicatrices que nos dejaron momentos tan difíciles como los que hoy se viven en Europa. Aprendimos. Somos una sociedad más madura, que no quiere volver ahí. Que lentamente vuelve a creer en sí misma. Y que festejó el Bicentenario permitiéndose disfrutar una realidad que, sin ser ninguna panacea y aún con muchas asignaturas pendientes, al menos está lejos de la que nos muestran las imágenes europeas.
Parados desde otro lugar, los argentinos, con la lucidez y la firmeza que permite la calma, le expresaron a toda la clase dirigente argentina, y de un modo más que contundente, su nueva demanda: "Ya me compré la batidora, ahora quiero un proyecto". Ven que el mundo se quedó sin receta. Y que se esfumó ese falso halo mágico de edén que siempre se le pretendió dar. Clausurado Ezeiza como la puerta de entrada al paraíso, mejor ponerse a pensar en qué hacemos con lo que tenemos. Y eso implica debatir y diseñar qué país queremos.
Cuando les preguntamos recientemente a los argentinos si el país necesita un plan de largo plazo para orientar las políticas de los próximos diez, quince o veinte años -como tienen China, Brasil o Chile-, el 77% dijo que sí. Respuesta abrumadora y sorprendente para una sociedad acostumbrada a vivir pensando en el día a día y bajo el estigma de la crisis crónica.
De todos los análisis que, desde la caída de Lehman Brothers y el estallido de la debacle financiera global, en septiembre de 2008, ha realizado el premio Nobel de Economía Paul Krugman, me quedé con una sentencia reveladora. En marzo de 2009, dijo: "En este país, demasiados de nosotros dejamos de ganar dinero haciendo cosas y empezamos a ganar dinero del dinero". El apalancamiento financiero es vital para el desarrollo de los negocios. Pero tiene un límite. Para ganar dinero, hay que trabajar, hay que crear, hay que producir, hay que desarrollar, hay que innovar: hay que construir proyectos sustentables en el largo plazo y no meras alquimias que pueden desaparecer como las ficticias fortunas que repartía Bernard Madoff. No se puede manejar el mundo únicamente a través de estrambóticas fórmulas matemáticas en la gélida pantalla de una computadora. Hay que operar, además, en la vida real. Ese es el mensaje de Krugman.
Estamos siendo testigos de la historia. El mundo no sólo está cambiando, está crujiendo. El mapa del poder ya no es el mismo. Los que tienen el dinero comienzan a ser otros. Si tomamos los 8 años que van entre 2003 y 2010, el crecimiento acumulado de la economía de Estados Unidos rondará el 13.5%, el de Europa el 11% y el de Japón el 9.5%. ¿El de China? 86%. ¿Y el de India? 60%. Rusia, 42%. Brasil, 30%. Queda claro por qué vamos del G7 al G20.
Los chinos y los indios ya son capaces de fabricar autos de 3000 dólares, computadoras de 300 y teléfonos de 30. Tienen otro marco mental. Innovan pensando en públicos no considerados por las potencias centrales. De esta manera, sus mercados internos ganan en tamaño, sofisticación y poder. Ya aprendieron, ahora hacen. Miran cómo va el mundo y? aceleran. Estudian, estudian y estudian. Aprenden. Mejoran. Trabajan, trabajan y trabajan.
Este nuevo mundo que, como si hubiera descubierto la máquina del tiempo, traslada, de a millones, ciudadanos de la Edad Media directamente al siglo XXI, requiere cuatro cosas básicas: comida, energía, talento y entretenimiento. América latina tiene eso. Durante la primera década del siglo XXI, la gran mayoría de los países ha crecido fuertemente, la relación de deuda sobre el producto ha caído de un modo importante, ha bajado fuertemente el desempleo, sus mercados internos suman cada vez más consumidores, mejoran los indicadores sociales y la voz de sus líderes se oye con más atención en la escena global. Esta ha sido, sin dudas, una "década ganada" para la región.
La Argentina queda en América latina. No en vano, desde la salida de la crisis hasta el final de 2010, el crecimiento acumulado de nuestra economía será cercano al 70% y el del consumo de los productos más básicos -medido en unidades- cercano al 63%. Además las ventas de automóviles en el mercado interno habrán crecido 520%, pasando de 96.000 unidades por año a 600.000, y el desempleo habrá bajado del 25% al 8.5 por ciento.
Tenemos una oportunidad histórica. Está al alcance de la mano. Mientras otros viven y sufren lo que para nosotros ya es pasado, hoy, con la experiencia ganada, podemos recuperar parte del terreno perdido poniendo nuestro foco estratégico, como país y como sociedad, en un lugar mucho más interesante: el futuro. © LA NACION
Casi me caigo de la silla... Me asombró ver un pequeño halo de progresismo en el diario de los Mitre.
Enhorabuena!