Martes 03 de Junio, 2008
por Hernán Casciari
Iba a poner esto en Espoiler, que es otro blog que tengo en el que hablo sobre tele, pero no tiene sentido hacerlo allí. Es demasiado íntimo para que pueda entenderse como una crítica audiovisual. Demasiado mío. La televisión argentina es el símbolo del estado de ánimo de un pueblo, del mío supongo, y siento que nos estamos cayendo a pedazos. No puedo ver la tele nacional, lo que me llega es una enfermedad, un desencuentro, ya no es más la imagen del que yo fui. Lo que me llega ha cambiado tanto que lo desconozco.
Amo la tele por sobre todas las cosas de este mundo. Y de todas las teles, amo primero la mía. Porque incluso en las peores épocas en casa hubo destellos de creatividad, salvaciones en el último minuto, obras de arte emergiendo de la basura. Ya no las veo, ya no las hay.
Cuando llegué a España, en el año dos mil, me encontré con la peor televisión del mundo, y sentí que me faltaba la respiración. ¿Cómo puede esta gente vivir así?, pensé con alarma. ¿Cómo pueden vivir con decorados de cartón piedra, con argumentos tristes e imposibles, sin la cultura veloz de tele por cable, autocensurándose a cada rato, llenándose de eufemismos torpes? ¿Cómo pueden vivir con esta publicidad absurda, tan años setenta, sin humor ni ironía ni arte? Y añoré mi televisión. La alcé a los cielos.
España vivía, hace ocho años, la época dorada de la vulgaridad familiar. Todo era multitarget y monocorde. Y lo peor es que no había destellos: nadie, en ningún under, estaba haciendo las cosas bien en silencio. No había recambio generacional. Los chicos vivían con los padres, metafórica y literalmente. El control remoto no estaba en poder de la gente joven. Y eso es lo peor que le puede pasar a un país, por más rico que sea.
Los destellos son pequeñas luces en el fondo de los túneles. Yo venía de la Argentina y entendía bastante sobre el asunto. Las peores épocas de la televisión nacional propiciaron las grandes revoluciones estéticas, o argumentales, de los años siguientes. La televisión es un espejo de la sociedad. Podés llegar a cualquier capital del mundo, encerrarte en un hotel y prender la tele. A las seis horas, ya sabés con lo que te vas a encontrar cuando salgas a la calle. La tele es el resumen eléctrico de quienes somos.
Y a principios de este siglo, yo todavía me sentía orgulloso de mi televisión. Esperaba que llegase Cristina de trabajar y le ponía Okupas. Le decía:
—Mirá, esto es lo que se ve allá. Los actores parecen reales, las historias tienen sentido.
Y después, cuando la televisión española decía que algo empezaba a las diez de la noche y eran las diez y media y seguía la publicidad, yo inflaba el pecho y le decía a mis amigos:
—En Argentina dicen a las diez, y es a las diez.
Y descargué capítulos viejos de Vulnerables, de El Garante, de las primeras Mujeres Asesinas, de Botines. Incluso los programas que me gustaban menos, podían convertirse en un buen documento de nuestra identidad:
—Mirá, ¿ves este programa sobre historia? —le decía a Cristina, poniéndole un poquito de Algo habrán hecho—. En Argentina esto funciona en prime time. A la misma hora que acá le revientan la cabeza a la gente con los chusmeríos de los toreros, allá te cuentan los chusmeríos de Sarmiento y de San Martín.
¿En qué momento el orgullo se transformó en vergüenza? No lo sé, no pude todavía aislar el instante exacto. Fue en 2004, supongo, Quizás en 2003, o en 2005. Pero yo pasé de esperar a mi mujer para refregarle mi televisión nacional, a tener que ver mi televisión a escondidas, como si fuera porno barato.
En algún momento tuvo que pasar. Yo no me di cuenta de nada. En algún momento desapareció Damián Szifrón y llegaron las peleas de Carmen Barbieri con Adriana Aguirre. Algún día hizo mutis por el foro Bruno Stagnaro y ocupó su lugar Moria Casán y Graciela Alfano. Y sus maridos...
Una tarde Cristina llegó de golpe a casa y yo no pude apagar la tele a tiempo. Estaba la cara de Moria Casán ocupando toda la pantalla. Ver a Moria Casán (para quien la conoce de siempre) es tremendo pero posible: lo paulatino de su decadencia facial ayuda. Pero imaginen a alguien que nunca la vio antes. Cristina pegó un grito desgarrado:
—¡Qué le ha pasado en la cara a esa mujer! —dijo, y se escondió atrás de un aparador, temblando de miedo.
¿En qué momento la guerra de las vedettes, edición 1979, regresó a la pantalla actual con los mismos nombres y con deformaciones imposibles? Yo no creo que toda la culpa sea de Tinelli. No, no puedo creerlo. Algo malo nos tiene que haber ocurrido también a nosotros, algo horrible, alguna enfermedad social muy fea, para que soportemos esas miserias no en un canal, sino en todos.
¿En qué momento los programas dejaron de emitirse a la hora que decía la grilla de los diarios? No puede ser solamente culpa del ‘minuto a minuto’, tiene que haber una razón más seria. ¿En qué momento empezó a ser gracioso que Pergolini saque, en directo, un teléfono móvil con los datos del rating y se ponga a hacer chistes sobre ese asunto, chistes que solamente entienden Villaruel y cuatro más? No puede ser solamente culpa de Pergolini. Algo nos está pasando a nosotros.
Algo muy feo si, además de todos estos males, no hay destellos de creatividad en ninguna parte. No puede ser que el único rincón de vanguardia, en toda la Argentina, sea el Canal Encuentro. No debe ser así. Es un delito muy grave que el agujero para respirar sea tan pequeño y, tras cartón, gubernamental.
Lo que nos llega al exterior (si no contamos con Internet, claro) es únicamente Telefé Internacional. Yo no les puedo explicar lo mal hecha que está esa programación. No tienen perdón de dios. Pasan programas viejos, por supuesto, todos los canales internacionales hacen lo mismo. Pero que se pongan media pila… A la tarde y a la noche ponen cuatro novelitas diarias. Se llaman así: La ley del amor, Amor en custodia, Se dice amor, y Amor mío. ¿Cómo puede haber tanto amor en una sola tarde? ¿Y ser, además, un amor tan de mierda?
(Que me perdonen los lectores de Orsai que no son argentinos, porque sé que hoy no están entendiendo un carajo de lo que hablo. Pero permítanme este martes, un martes de entre muchos, ser hermético, porque estoy enojado y no tengo ganas de universalizar el texto. En todo caso vuelvan la semana que viene, gracias.)
Retomo. En la peor época de Romay, cuando aquel imbécil más éxito tenía en Canal Nueve con productos llenos de grasa vegetal, en esa misma cúspide de rating y de mugre, aparecía como un relámpago La Noticia Rebelde, y más tarde Repetto reformulaba los mediodías con Fax, cuando nadie creía que fuese posible hacerle sombra a los almuerzos de la señora. Siempre había un escalón en alguna parte, siempre lo hubo.
Aquellas eran lucecitas brillantes en el fondo de unos túneles de asco. Y esa gente (tan joven, tan a contramano) ocuparía espacios vitales más adelante. ¿Dónde están ahora, en estos tiempos en que todo el mundo canta, baila y patina, esas esperanzas generacionales? ¿Dónde están los que sueñan sueños de verdad, como soñaba Cenderelli en los ‘80, como soñaba el primer e hipotecado Suar a mediados de los ‘90? Releo y sé que parezco un tango. ¿Dónde estarán Traverso, el Cordobés y el Noy, el pardo Augusto, Flores y el morocho Aldao?
Odio tener vergüenza de mi televisión, lo odio mucho, porque es lo mismo que esconder a la familia pobre frente a la flamante novia concheta. Es una canallada sentir vergüenza de lo que nos parió. Pero la verdad es que no somos pobres ni miserables: nunca lo fuimos en el mundo de la tele. Siempre tuvimos una dignidad y una especie de faro lleno de ideas, no sé de dónde salía pero ahí estaba, incluso cuando el rating hacía su américa en otra parte. Hoy esa dignidad no está en ningún lado.
Sigo viendo mi televisión, y lo haré siempre, porque es mía y porque tenemos en común quince mil horas de vuelo. Pero ya no soy digno de ella, ni ella lo es de mí.
4 comentarios:
¿Viste?
Escribió lo que nosotros comentamos todos los días (y que la televisión de España es horrorosa) pero como nos gustaría escribir a nosotros.
Cuanta verdad...yo estoy en otro pais y me identifico totalmente con este comentario.
Pilu,cómo es la tv abierta en yankylandia está de fiesta?
Muy bueno!!!!!!Pinchita.-
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